miércoles, 30 de noviembre de 2016

La Piedra Parada es mucho más que una roca gigante

Esta crónica fue escrita después de un paseo de fin de semana al área de Gualjaina-Huancache-Piedra Parada, en el noroeste de la provincia del Chubut, Patagonia Argentina.









La Piedra Parada es una roca gigante, de 277  metros de alto por cien metros de base, depositada en el medio de lo que fue una enorme boca volcánica de 25 kilómetros de diámetro, durante un fantástico terremoto ocasionado por el desplazamiento de 400 kilómetros cúbicos de lava encendida.
Después de esta hecatombe, ocurrida hace apenas sesenta millones de años, y tras otra serie de sacudones  sísmicos que  fueron modificando agresivamente la topografía hasta hace unos diez mil años, o sea ayer por la tarde (como le gustaba decir a Rodolfo Casamiquela), esa región del noroeste de la actual provincia del Chubut quedó convertida en un bello escenario; muy recomendable tanto para relajadas caminatas entre cañadones de hasta seis kilómetros de largo, como para intrépidas escaladas verticales por paredones de piedra de 250 metros de altura.
El aire que se respira es puro y estimulante. Se siente la energía que brota de la misteriosa y mágica Piedra Parada, anclada desde el fondo de los tiempos junto al río Chubut, a 41 kilómetros de distancia de la localidad que lleva por nombre Gualjaina, un vocablo melodioso  de origen en la antigua lengua de los “gününa kena” (tehuelches septentrionales).
Gualjaina puede querer decir “abra” o “cañadón”,  pero también se asegura que significa “ojo de agua”; lo que se justifica plenamente porque enfrente del paraje hay un boquete entre los cerros y, además, todo el sitio está surcado por los ríos Lepa y Gualjaina, que forman espesos mallines, y nutren frondosas arboledas de mimbres, sauces y álamos.
Allí está la Hosteria Huancache, palabra de origen mapuche de complicada etimología ( para algunos “gente brava” o “gente peligrosa”), que es el nombre del conjunto montañoso que rodea el lugar.
Este sitio, amablemente atendido por sus propietarios Daniel Fermani y Laura Galdámez, es recomendable como punto de descanso y partida de excursiones al área protegida de Piedra Parada, que uno puede realizar con la guía de Daniel (incluso él lleva turistas en un  motor home gigante, montado sobre un chasis de camión Mercedes Benz) y también en forma independiente.
Los caminos de la zona son de tierra y ripio, y están muy bien conservados por el organismo vial chubutense. No hay cuestas empinadas ni curvas demasiado cerradas, se conduce con facilidad, con las precauciones siempre convenientes en este tipo de terrenos: no exceder los 80 kilómetros por hora, no frenar bruscamente, mantenerse siempre dentro de la huella y para salir de ella hacerlo a baja velocidad, evitar adelantarse a otro vehículo en medio de una nube de polvo, etc.
¿Qué es lo más apasionante de una visita a Gualjaina-Huancache-Piedra Parada?  Es, seguramente, la posibilidad de encontrarse con un paisaje todavía casi virgen. Es cierto que los paredones del  Cañadón de la Buitrera están perforados por miles de clavos de acero inoxidable que sirven de “vías” de acceso a  los escaladores que llegan de todos los sitios del mundo (durante el último fin de semana de noviembre hubo un encuentro infanto-juvenil de esa especialidad, con unos 400 participantes argentinos), pero por ahora parece que no hay un impacto negativo en el eco sistema.
El avistaje de águilas y jotes, de pilquines y lagartijas, de chingolos y pechos colorados, se suma a la observación de una enorme variedad de cactus, verbenas, retamas y calafates o michay.
La experiencia de adentrarse en el gran cañadón y sus confluentes es propia de exploradores, aunque sólo hacen falta un calzado cómodo y  una módica provisión de agua, pues el terreno es casi llano, sólo interrumpido por los canales que forman las vertientes. En algunos tramos hay entre 100 y 150 metros de amplitud entre las altas paredes rocosas, pero en otros el desfiladero se estrecha a no más de 15 metros.
El paisaje es árido, pero se adivina que cuando llueve los cañadones se convierten en torbellinos torrentosos. Hay un eco pluvial entre rocas y peñascos.
Llevar cámara fotográfica es indispensable, también ayudan un par de prismáticos para poder distinguir formas curiosas en el roquedal. Pero  la fuerte energía que surge de todo el conjunto del área protegida  no se puede ver, aunque se perciba en el cuerpo.
Daniel Fermani, platense de nacimiento y patagónico convencido por adopción, asegura que “muchos miles de años antes que este sitio fuese descubierto por los escaladores del mundo ya los pueblos originarios de la región confluían en esta zona, para realizar sus encuentros y realizar sus ritos ancestrales”.
En los aleros se conservan pinturas rupestres que son testimonio del paso de los tehuelches, primero, y los mapuches, después. Sólo un guía experimentado y respetuoso del patrimonio, como Daniel, puede acercar a los visitantes a esos lugares.
La Piedra Parada proyecta su generosa sombra y atrae las miradas del viajero. Es mucho más que una roca gigante. Es un talismán patagónico, que emana poderío. Un poder que viene de la historia.
El escritor Miguel Ángel Osorio, con esa calidad de palabras que sólo tienen los poetas, viendo unas fotos de nuestra excursión, escribió así: “ PURO. Surco en la cara de mesetas curtidas. Un hilo de siglos de agua que la ama. Rastros de aquellos que son tierra hoy.”
Encontrar esos rastros, a los que se refiere Miguel, es como desarrollar un acertijo geológico y arqueológico combinado.  Una aventura sin riesgos, en la que hay que internarse con el espíritu dispuesto a las sensaciones más diversas.
Por último: indicaciones acerca de cómo llegar a Gualjaina-Huancache-Piedra Parada. El camino más  cómodo (pero el más largo) es por Bariloche-El Bolsón, saliendo de la ruta nacional 40 poco antes de llegar a Esquel, para recorrer 30 kilómetros de pavimento y otros 32 de tierra, por la ruta provincial (Chubut) nº 12. Una alternativa, mucho más corta yendo desde Viedma-Carmen de Patagones, es transitar las rutas 3-23 hasta Ingeniero Jacobacci y desde allí bajar al sur por las rutas 13 y 12, pasando por El Moligüe (límite interprovincial Río Negro-Chubut), Sierras de Calcatreu y Paso del Sapo. Por este lado se llega antes a la zona del volcán extinguido y la Piedra Parada, a través de caminos de tierra en buen estado y paisajes muy bellos en los últimos 90 kilómetros de un total de 270 por ripio. Es conveniente consultar a los pobladores si se han producido lluvias copiosas.

La Piedra Parada es mucho más que una roca gigante y vale el esfuerzo del viaje. Por allá se confirma nuestra identidad de Patagonia.

miércoles, 27 de julio de 2016

Líbano, el ansiado encuentro familiar, segunda y última parte

Esta crónica complementa la primera parte del relato sobre el encuentro entre Dalia Chaina  (y yo como testigo privilegiado) y sus parientes libaneses. La primera parte se encuentra más abajo, porque así es el sistema del blog.
Al sábado siguiente de ese primer encuentro en Harajel, en otra jornada libre dentro del variado programa de excursiones preparado por la Sociedad Libanesa de Rosario para el grupo viajero, volvimos a la casa de Chaina Akiki, y su esposa Hoda, junto a la vivienda de los abuelos Tanios Akiki y Georgette (padres de Chaina), en una colina rodeada de verde y afloraciones pétreas de gran antigüedad.
En este caso el viaje fue conducido por Antoine (Tony) en su auto, desde nuestro hotel en la bahía de Jounnieh. Tony es otro de los hijos del matrimonio formado por Chaina y Hoda, hermano de Jean y Nikole. A media mañana llegaron Nikole, su esposo Tony (también llamado Antoine) y la simpática hija de ambos, Naio.
Se repitieron los abrazos y las expresiones de afecto. Sin que fuese necesario un exacto entendimiento de palabras.
Hicimos un breve paseo por el pueblo de Harajel (yo escribí Hrajel en la crónica anterior, creo que en español  valen las dos formas ) para hacer alguna compras, por caso en la muy completa verdulería y frutería de un señor de apellido Chucair, pariente de nuestro querido amigo Elías.

El recuerdo del abuelo Elías Chaina Akiki, el fundador de la numerosa familia de apellido Chaina en el norte de la Patagonia, estuvo siempre presente.






Aquella mañana Dalia se metió en la cocina de Hoda, para preguntar y repreguntar todo lo que se le ocurrió acerca de la elaboración del café a la turca y diversos platos de la comida típica libanesa.
Un poco después Hoda y la abuela Georgette le revelaron a Dalia los secretos del amasado y cocción del pan típico del Libano, que se utiliza para acompañar todos los platos de la variada y sabrosa mesa libanesa.
Naio, nieta y bisnieta de Hoda y Georgette, también participó de la interesante demostración sobre la panificación artesanal.







En la sobremesa del almuerzo (otra vez un festival de delicias sobre la mesa!!!) llegó el primo Joseph (aquel del restaurante) y trajo algunas antiguas fotos familiares, conservadas a través de los años, primero en manos de su padre y después en las suyas. En una de esas imágenes, tomada sin ninguna duda aquí en la meseta patagónica en Clemente Onelli, aparecieron María Marilef, esposa de Selem Chaina, hijo del abuelo Elias Chaina Akiki, y la hija menor del matrimonio Chaina-Marilef: Elida Dalia Chaina… ¡mi adorada mujercita, que se sorprendió y emocionó muchísimo, sobre todo porque nunca había visto esa imagen, ni recordaba tampoco cuándo se sacaron la foto su mamá y ella!
La foto tiene en el reverso una anotación, de puño y letra del abuelo Elías, en lengua árabe, donde informa que aparecen en ella María y su hija Elida. Seguramente la imagen, típica de las portátiles Kodak color en los años setenta, fue enviada por el abuelo antes del viaje a Harajel en 1973; o tal vez la llevó personalmente en su maleta. ¡De cualquier forma esa foto estuvo esperando la llegada de Dalia durante más de cuatro décadas, allá en el pueblo de las colinas libanesas! 






También, dentro de los tesoros fotográficos que aparecieron esa tarde, estaba una imagen del abuelo Elias con su hijo Selem, y otra (en blanco y negro) tomada allí en Harajel en la casa de otro de los primos, Joseph, donde se lo puede ver a Tanios, con cuarenta años menos!



A media tarde fuimos con Chaina y Josué a visitar al tío Joseph, otro de los sobrinos del abuelo Elías, en cuyo rostro pudimos reconocer los rasgos familiares.


Después, acompañados por Chaina, fuimos a recorrer las prolijas chacras manejadas por Tanios, con ayuda de su hijo. La tierra rojiza de Harajel luce perfectamente pareja, sin malezas de ningún tipo, destacando la plantación de manzanos de distintas variedades; con el suelo preparado para las hortalizas de verano.

 El riego se toma de vertientes, cuya agua es almacenada en lagunas  de contención, y es bombeada después a través de una red de mangueras que permiten el ordenado goteo, sin ningún tipo de desperdicio.
Tanios y Chaina nos mostraron, con justificado orgullo, el resultado de sus labores.





Se produjo también el momento de recibir regalos, generosas muestras de afecto familiar: una túnica –bordada por Hoda-, y un rosario, para Dalia; una camisa y su corbata al tono, para mí. Imágenes de San Charbel y de Santa Rebeca, celebridades religiosas libanesas, pertenecientes a la orden católica de los maronitas.
Dos botellas, una con anís artesanal y otra de licor de manzanas, elaborados por Tanios y su esposa Georgette, respectivamente, también formaron parte de los obsequios.
Pero el regalo más fuerte, aquel cuyo tamaño real no podría caber en ninguna de nuestras maletas, fue el del amor. Un amor extendido a través del tiempo y la distancia, como una necesaria prolongación del mandato recibido de sus mayores, quienes eran parientes cercanos del viajero Elías Chaina Akiki, aquel que llevó nostalgias de Harajel a la Patagonia.
La noche de ese sábado volvimos a pernoctar bajo el acogedor techo familiar. El domingo, bien temprano, Nikole y Hoda nos llevaron de regreso a Jounnieh, para asegurarnos la asistencia perfecta a otra de las apasionantes jornadas de excursión, guiados por Ivette Enaissi.





Quedaría un tercer y último encuentro de emociones familiares, en la noche del jueves 16 de junio, en vísperas de nuestra partida del Líbano. En esta ocasión nos recibieron en el departamento que tienen en el barrio de Zouk Mikayel, cerca Jounnieh. Otra mesa desbordante de bocados deliciosos, la charla amena (ya sin preocuparnos mucho por el idioma de las palabras, porque el afecto había terminado por derribar todas las barreras), un breve recital de Tony Akiki en derbake, los abrazos con Chaina y Hoda, los mensajes filmados de todos para traer como saludos a la Patagonia y… un encargue muy especial.
Chaina nos entregó una botella conteniendo agua de la vertiente del campo, allá en Harajel, con un pedido conciso: que ese líquido riegue la tumba de abuelo Elías en Clemente Onelli.  El compromiso quedó asumido, como una obligación de afecto.










En la mañana del viernes, luminosa como todas allá en Jounnieh, el abrazo final fue con Jean Akiki, el joven gestor del gran encuentro, propiciador de tantos momentos que quedaron grabados en nuestra memoria para siempre.


Se habían respondido todos los interrogantes que nos desvelaban en las noches previas al viaje. El objetivo del tour familiar del afecto estaba cumplido.



lunes, 25 de julio de 2016

Líbano, el ansiado encuentro famiiar, primera parte

Durante las muchas semanas previas al viaje al Líbano casi todas las noches nos acostábamos preguntándonos cómo sería todo aquello que teníamos por delante, y cuáles serían nuestras emociones allá, en la tierra del abuelo Elías Chaina Akiki, aquel inmigrante que vino a la Patagonia hace cien años y fundó el pueblo rionegrino que se llama Clemente Onelli.
La mente de Dalia, ella es  mi esposa, nieta del abuelo  Elías, se llenaba de dudas e interrogantes. ¿Podría reconocerse en los gestos y los rostros? ¿Cuánta historia familiar desconocida para ella la estaría aguardando allá, entre los cerros libaneses, en ese pueblo de nombre musical y misterioso llamado Hrajel?
En la tarde de un caluroso sábado del  verano  del Líbano tuvo lugar el primer encuentro. Fue en el hotel de Jounnieh donde se alojaba la delegación magníficamente organizada por la Sociedad Libanesa de Rosario. Jean Akiki estaba allí, temblando de emoción, esperando los brazos de aquella parienta argentina que llegaba desde tan lejos en la geografía, pero de tan cerca en el afecto.
En todos los preparativos , y más aún: en el momento mismo de adoptar la decisión en torno al viaje,  este joven y atento Jean había tenido participación protagónica. Sus contactos por vía de whasap fueron periódicos y regulares, acercando información sobre aspectos de la conformación familiar.

Hubo abrazos, besos y lágrimas en esa tarde de hotel. Jean, que estaba trabajando en un restaurante allí mismo en la Bahía de Jounnieh, a corta distancia, estableció el puente hacia el afecto y lo dejó bien sostenido sobre bases sólidas. Un paquete de deliciosas confituras libanesas, que puso en nuestra mesa, fue el anticipo apropiado de tantos momentos felices que estaban por ocurrir. Y las lágrimas corrían.... 







El apretado programa de excursiones culturales e históricas, previsto por la Libanesa de Rosario y confiado acertadamente a la guía Ivette Enaissi, nos otorgaba el primer día libre recién para el miércoles siguiente. El tiempo pasó muy rápido (ya en otra crónica procuraré ofrecerles detalles sobre los magníficos lugares visitados) y finalmente, en una mañana espléndida y perfumada, Jean pasó a buscarnos para viajar hacia Hrajel.
Allá, en la casa familiar, se multiplicaron abrazos y emociones fuertes. Nos esperaban Chaina Akiki, el padre de Jean;  Hoda, su madre, y la abuela Georgette, quien es la mamá de Chaina. El amplio salón de la casa se llenó de sonrisas y suspiros. Una invisible nube de afecto lo cubría todo, el nombre del abuelo Elías sonaba a cada momento, el recuerdo de su visita a Hrajel entre 1973 y 1975 estaba muy presente.
Un poco más tarde, mientras seguíamos intercambiando palabras en español e inglés,  pero sobre todo en el indefinible idioma del corazón, se sintió el ruido de un motor que venía trepando la colina en donde se encuentra la casa de los Akiiki.
“Viene el abuelo Tanios” exclamó Jean, y salimos todos hacia afuera. En efecto allí estaba llegando Tanios, el papá de Chaina, sobrino del abuelo Elías, montado en el pequeño tractorcito que utiliza para ir y venir desde sus plantaciones de frutas y hortalizas.
Fue otro abrazo fuerte en el tiempo y el amor. Fue quizás el abrazo más intenso de aquella mañana. Tal vez porque Dalia encontraba, en ese rostro curtido por soles y labores campestres, los mismos signos y rasgos de su abuelo y de su padre, hombres de trabajo duro a la intemperie en este sur rionegrino y patagónico donde germinó la semilla de los Akiki (cambiado el apellido a Chaina, en realidad el segundo nombre de pila del abuelo, por accidente administrativo de la oficina de Migraciones).
El resto de aquella jornada transcurrió en el clima de encuentro y descubrimiento de parecidos y coincidencias, en el reconocimiento de rasgos fisonómicos, en el contacto de manos y rostros, en la búsqueda del aspecto común, en la construcción del ámbito de lo familiar. Tiempo sin apuro, en el mediodía y la tarde, que disfrutamos en el calor del patio de la casa de los Akiki.
Yo me sentía observador y protagonista al mismo tiempo. Estaba allí por amor a una mujer con fuerte mezcla de sangres en sus venas –la libanesa y la mapuche- y por la decisión de gestar el encuentro con los ancestros, tratando de bucear en los rastros de una historia familiar de la que me siento parte. Los Akiki (Chaina, Jean, todos!) me recibieron ese día con exquisita simpatía y cordialidad.













Hicimos varios paseos. Uno de ellos, con Jean, fue la visita a la casa de otro sobrino del abuelo Elías, Elías Tanios Daher Akiki, quien confeccionó con sus propias manos la representación del árbol genealógico de la familia Akiki. Con infinito cuidado los dedos de este hombre –dedos fuertes de quien ha trabajado la tierra- recorrían los caminos de la historia familiar en un mapa singular, una guía de la sangre sobre la tierra, en el tiempo y las distancias.
La visita tuvo también el sabor de un refinado licor de rosas, elaborado por la esposa de Elías Tanios Daher, quien demostró su gentileza austera. Cada uno de los rincones familiares de Hrajel que pudimos conocer estuvo engalanado por los mismos gestos de amabilidad inmensa.
Estuvimos también en el pequeño pero muy hermoso templo católico de Hrajel. Donde la perfección de la estatua de la Virgen y el Niño Jesús resulta conmovedora.  
Después, cuando llegó la hora del almuerzo (ese día miércoles del primer encuentro) la mesa resultó chica para tantos sabores y perfumes. Las atenciones se repetían sin pausa. ¡Sentirse agasajados de esa manera, algo poco común para nuestra vida sencilla de patagónicos!
Por la tarde fuimos al campo. Los alrededores de Hrajel son muy bellos, entre colinas donde el verde de prolijas plantaciones nos sorprende gratamente entre cañadones y vertientes de agua fresca que baja de secretos manantiales.  En una pequeña capilla, en lo alto de una colina, Chaina y Jean nos hicieron una demostración del repicar de campanas. El aire de todo el vallecito de Hrajel se llenó de sonidos y ecos, y los pájaros se sumaron también en el festejo. ¡Cómo si estuviesen dándonos la bienvenida!





















Al caer la tarde visitamos el restaurante típico libanés –en el pueblo mismo- que manejan los primos Josué y Sleme Akiki, donde se repitieron las atenciones en el marco de un salón decorado con piezas antiguas de la labranza en el campo.
Antes habían llegado a la casa de Chaina y Hoda su hija Nicole y su nieta (hija de Nicole, claro), llamada Naio, una dulce niña muy expresiva y comunicativa.
Cuando llegó la noche la invitación fue concisa:  quédense a dormir, mañana temprano los llevamos de vuelta a Jounnieh, para que puedan seguir con las excursiones del grupo.  Hubo una cena liviana y después la cómoda cama nos esperaba, para reponernos del cansancio de tantas emociones en ese primer día de encuentro familiar.
(Sigue en una próxima entrega)